Slow Fish Pescando Alternativas: los Bienes Comunes Azules

La red de Slow Fish es la red mundial de Slow Food compuesta por pescadores individuales de pequeña escala, representantes de las organizaciones de pescadores y pescadoras, pescaderos, cocineros y propietarios de restaurantes, biólogos marinos, antropólogos, periodistas, cineastas, profesores, investigadores, estudiantes, consultores, artistas medioambientales y ciudadanos comprometidos, entre muchos otros. La variedad de perspectivas enriquece el nivel de diálogo que promueve Slow Fish, que no teme afrontar la complejidad, las contradicciones y las incertidumbres. Slow Fish está dedicado a un futuro mejor para la pesca costera y continental y es una fuente de información valiosa para cualquiera que desee ampliar su conocimiento y comprensión sobre la pesca sostenible.

La red internacional se reunió recientemente en Slow Fish 2019, en Génova, Italia. Organizado por Slow Food y la región de Liguria, Slow Fish 2019 reunió a más de 100 delegados de más de 20 países con el objetivo de elaborar un marco de acción práctica para una reforma imprescindible de la pesca que se base en la idea de los océanos como un bien común. Cada vez resulta más claro que, para que sobrevivan las comunidades de pesca artesanal y para que los océanos recuperen completamente su papel como proveedores de alimento, debe cambiar la narrativa dominante del sector pesquero, así como nuestros patrones de consumo de alimentos de origen marino. Slow Fish tiene como objetivo ser el faro de este cambio cultural. Terra Madre 2012 y Slow Fish 2013 se centraron en la privatización de los derechos de pesca y en la pesca de forraje; en 2015, el espacio Slow Fish de Terra Madre identificó los vínculos entre una narrativa dominante engañosa y la desposesión de las comunidades pesqueras de todo el mundo, un fenómeno conocido como «acaparamiento de los océanos»; Terra Madre 2014 acogió una reunión de Slow Fish cuyo objetivo era movilizar las voces de sus miembros hacia una nueva visión de la pesca, una misión que también se llevó a cabo durante los encuentros que se celebraron en Nueva Orleans en 2016 y en Terra Madre 2018. Slow Fish 2019 se dedicó a construir y diseñar una estrategia y un discurso común sobre la visión de la pesca y del desarrollo costero que se opusiera a la narrativa dominante de la «economía azul», que actualmente se traduce en la industrialización de los océanos. Para la misión de Slow Fish, la idea de que  los océanos

y sus recursos son un bien común para toda la humanidad es fundamental. Como tales, estos recursos deben ser protegidos y recuperados como un bien común. Debemos cambiar nuestra perspectiva sobre la privatización inherente en el modelo de crecimiento azul para ir hacia una colectivización de los «bienes comunes azules» que sea justa y sostenible y que haga que estos bienes sean accesibles para las pequeñas comunidades. Es igualmente importante que las comunidades pesqueras saludables sean diversas, pues son un concepto clave para lograr un sistema de producción de alimentos marinos sostenible que tenga éxito y pueda alimentar a toda la población mundial. Para Slow Fish, esto significa recuperar y promover las tradiciones de las culturas costeras resistentes; así, en lugar de priorizar las ganancias de unos pocos intereses privados a corto plazo, se podrán mejorar y garantizar los bienes comunes a las generaciones futuras. Slow Fish lucha de forma activa para lograr la igualdad intergeneracional, tanto ahora como en el futuro. 

Este folleto es un resumen de las discusiones que tuvieron lugar en la Casa de los Pescadores, en Slow Fish 2019. El programa, diseñado con los participantes para garantizar una plataforma igualitaria y abierta a todos los visitantes, incluyó presentaciones, talleres y debates abiertos. Una estructura fluida permitió que los delegados determinaran el transcurso del debate: tras facilitar la comprensión de la economía azul (su agenda actual, sus cualidades y defectos), los participantes trabajaron en la creación de una nueva visión para una reforma del sistema y elaboraron una estrategia para comunicar las historias y luchas de las pequeñas comunidades pesqueras y de los guardianes de los océanos que están luchando por la sostenibilidad de la pesca en todo el mundo. 

Entre la espada y la pared

El primer día de reuniones empezó con una presentación de apertura de Andre Standing, investigador miembro de la Coalición por unos Acuerdos de Pesca Justos (CFFA-CAPE, por sus siglas en inglés y francés). Andre analizó los principales problemas relacionados con el fenómeno conocido como el «crecimiento azul» o «la economía azul», que se ha convertido en una tendencia dominante durante la última década. Deconstruyó los objetivos del crecimiento azul, demostrando que se basan en tres consideraciones: la primera de todas es que los mares y los océanos aún están sin explorar y aún se pueden investigar y desarrollar hasta su máximo potencial. En segundo lugar, el paradigma del crecimiento azul acepta este desarrollo y defiende que todos los Estados costeros deberían llevar a cabo un crecimiento económico respetuoso con el medio ambiente y que no acabe con los recursos. En tercer lugar, el crecimiento económico implica que un Estado se enriquezca, y esta riqueza se pueda reinvertir para solventar desigualdades sociales y lograr de este modo que el crecimiento sea inclusivo. Por lo tanto, los objetivos establecidos por la estrategia de crecimiento azul son íntegros y están diseñados con la estructura definida en la Declaración de Johannesburgo durante la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible de 2002, y que establece tres pilares para el desarrollo sostenible: protección del medio ambiente, igualdad social y crecimiento económico. Pero ¿cómo se lograrán estos objetivos mediante la estrategia de crecimiento azul? De nuevo, Standing explica tres métodos: permitir que miles de millones de dólares de inversión privada financien el crecimiento azul; introducir mecanismos basados en el mercado para fijar los precios de los servicios de los ecosistemas (principalmente, mecanismos de fijación de precios para el carbón y bonos azules); y ampararse en una consulta multisectorial, donde las diversas partes interesadas estén estrechamente relacionadas para que todos los intereses estén plenamente representados. Aunque este enfoque parezca simplista, los partidarios más fervientes de la economía azul dicen: «¿Y por qué no?». Andre Standing está de acuerdo, al menos hasta cierto punto. La iniciativa del crecimiento azul de la FAO tiene méritos notables: ha llamado la atención sobre los residuos plásticos en los océanos y ha convencido a las grandes empresas para que participen en una transición completa hacia energías renovables. Además, el crecimiento azul está construyendo una narrativa en torno a la pesca, muy ignorada en el debate convencional sobre desarrollo sostenible. Aun así, todavía hay algunos elementos escurridizos, y Standing formuló tres críticas sobre las implicaciones ecológicas, sociales y políticas derivadas del crecimiento azul para los océanos y las comunidades costeras: desde el punto de vista del medio ambiente, podemos preguntarnos legítimamente hasta qué punto es sostenible para el planeta en el que vivimos el concepto de crecimiento económico. El «capitalismo verde» y la «economía verde» derivada de ese planteamiento levantaron la misma crítica. Tal y como planteó Standing:  «Si seguimos creciendo, contribuiremos más y más a las emisiones de carbono, y esto será un desastre para las comunidades pesqueras. ¿Puede ser sostenible de algún modo este modelo de crecimiento

económico? No lo creo». Pese a la rica bibliografía sobre el tema —desde Degrowth Economics (Economía de decrecimiento), de Serge Latouche, hasta la crítica de Amartya Sen al enfoque estándar del PIB—, el crecimiento azul no cuestiona si el crecimiento es la mejor manera de medir las políticas económicas sostenibles. Además, la economía azul despolitiza los problemas relacionados con el cambio climático: tal y como afirmó Standing, en sus documentos oficiales, el crecimiento azul «enmarca el cambio climático como un enemigo común que todos tenemos que afrontar para que todos los países puedan tener beneficios», pero no menciona la justicia climática. «Hay algunos actores que se benefician enormemente dañando el medio ambiente, y este problema queda completamente omitido si decimos que todos estamos en el mismo lado». Al final, en lugar de crecimiento azul, lo que presenciamos es blue-washing, es decir, una estrategia propagandística de pseudoecologismo marino.

Desde el punto de vista social, se asume que la economía azul beneficiará a las comunidades creando trabajos y mejorando su gobernabilidad. Pero la distribución de la riqueza y sobre todo la desigualdad son cuestiones que apenas se abordan, a pesar de la importancia que tienen para muchos. En primer lugar, la creación de empleo debe implicar oportunidades laborales nuevas para aquellos que han sido desplazados de sus puestos de trabajo debido a los cambios en el mercado o a requisitos relacionados con su experiencia o sus calificaciones. El número de pescadores está disminuyendo debido a que las condiciones en las que deben trabajar son cada vez más difíciles, tal y como explicó Ismail Ben Moussa, un pescador de las Islas Kerkennah, de Túnez. Es crucial que se creen trabajos para este tipo de profesionales si no pueden continuar con su medio de vida original. ¿Qué pasará con las comunidades costeras si los Estados invierten más en minería y turismo que en pesca? «Los miembros más vulnerables de la sociedad son los que salen perdiendo», así lo argumentó Standing y también lo informaron directamente representantes de pequeñas comunidades de pescadores del Magreb, como Yassine Skandrine, de Túnez. Según el crecimiento azul, respecto a la transición —tan vagamente explicada— hacia una economía azul, los miles de millones de dólares de inversión serán aportados por socios privados. Sin embargo, la inversión privada siempre se basa en un retorno económico viable, y por eso no es nada más que una palabra elegante para préstamos y deudas que se devolverán con intereses. No se puede esperar que las pequeñas comunidades de pescadores, con amplia mano de obra, pero poco capital para invertir, devuelvan las deudas de un modo sostenible a largo plazo.

Para acabar, respecto a las cuestiones estrictamente políticas, pese a que el hecho de involucrar a diversos actores y sectores es interesante, este tipo de organización también tiene problemas prácticos: los actores tienen estatus distintos y ostentan un poder diferente en el escenario internacional, por lo que es muy probable que aquellos sin poder no logren hacer oír su voz. En este sentido, Michael Walsh, uno de los últimos pescadores de salmón salvaje de Irlanda, afirma: «Si vas a tener que luchar contra personas multimillonarias sin un dólar que apoye tu visión, no tengo claro el impacto que podrás causar en una mesa redonda». Por lo tanto, el cabildeo y los conflictos de intereses están ignorados en la agenda de la economía azul, y sin justicia política siempre habrá peces gordos nadando en lagos pequeños. Estos peces gordos pueden ser actores industriales, como las flotas chinas que están amenazando las técnicas de pesca tradicionales de la comunidad congoleña a la que pertenece Victor Yemba; también pueden ser empresas como las granjas industriales de peces que están excluyendo a las flotas canadienses de su zona de pesca, tal y como atestiguó John Crofts, un pescadero de la Columbia Británica.

En aguas turbulentas: una evaluación de la acuicultura

El papel de la acuicultura en el marco de la economía azul se comentó abiertamente en los debates de Slow Fish 2019. Yassine Skandrine describió cómo la acuicultura está apartando a las comunidades tunecinas de sus zonas de pesca, y exacerbando en gran medida el cambio climático en su región. La FAO, uno de los principales defensores de la economía azul, definió la acuicultura como un modo de complementar la pesca, ya que la pesca por sí sola no puede solventar el problema de la seguridad alimentaria mundial. Lo que habitualmente no se tiene en cuenta es que la acuicultura industrial abastece principalmente al mercado occidental a expensas de los mercados locales, contribuyendo así a la inseguridad alimentaria local. La acuicultura también introduce especies extranjeras en las áreas donde se establece, alternando los ecosistemas locales de un modo impredecible y a menudo desastroso. La acuicultura, desafortunadamente, aún atrae grandes inversiones en Colombia, tal y como explicó la Doctora Ana Isabel Márquez Pérez, antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia de la Sede del Caribe.

Así que, ¿quién necesita la acuicultura? Según Standing, la respuesta no es sencilla: deberíamos contemplar el contexto en toda su amplitud cuando hablamos de acuicultura en lugar de desestimarla en primer lugar. Este sector es extremadamente diverso y tiene potencial para lograr que el pescado se consuma de un modo sostenible. Simon R. Bush, profesor y presidente del grupo de Política Ambiental de la Universidad Wageningen, cree que la acuicultura puede aportar muchos beneficios. Desafortunadamente, la acuicultura industrial suele atraer toda la atención. Sin embargo, el objetivo común debería ser la promoción de un modelo de granja piscícola a pequeña escala, ecológico y consciente, diseñado para apoyar los mercados locales y alimentar a las comunidades locales. Esto debería ser una prioridad que estuviera por encima del comercio internacional y de los beneficios. Tal y como explicó Standing en la conclusión de su conferencia de apertura, debemos empezar a cambiar la narrativa de la economía azul para que no esté basado solamente en los beneficios. 

Pescando alternativas: los bienes comunes azules

1 Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente (WCED, por sus siglas en inglés), Our Common Future, Nueva York: Oxford University Press, 1987.

Algunos de los valores comunes que están implícitos en las alternativas formuladas por la economía azul están presentes en las definiciones actuales de desarrollo sostenible. A diferencia del crecimiento azul, el desarrollo sostenible no solo se formula alrededor de los tres pilares de la sostenibilidad. También implica dos elementos clave definidos en el informe Our Common Future («Nuestro futuro en común») que la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo elaboró en 1987 y que parece que han caído en el olvido: la igualdad inter e intrageneracional. La igualdad intergeneracional es «la habilidad para asegurar que el desarrollo cumpla con las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las generaciones futuras para satisfacer sus necesidades».1 Para mencionar, por ejemplo, a Noboyuki Yagi, profesor de economía pesquera en la Universidad de Tokio, los daños irreversibles que sufren los entornos costeros en todo el mundo debido a la acuicultura industrial se traducirán probablemente en desigualdades intergeneracionales, ya que el potencial de los ecosistemas inalterados habrá desaparecido para las generaciones futuras. Al mismo tiempo, la desigualdad intrageneracional se basa en la idea de que «es inútil tratar de gestionar problemas medioambientales sin una perspectiva más amplia que abarque los factores que subyacen en la pobreza mundial y en la desigualdad internacional».[1] En otras palabras, el desarrollo sostenible solo se puede alcanzar entre todos, de un modo inclusivo y colectivo. Por eso, la red de Slow Fish se adhiere al concepto de «bienes comunes azules», una idea que pone en relieve la importancia de la responsabilidad colectiva en la protección del papel de los océanos como proveedores de alimentos. La segunda parte del primer día de Slow Fish 2019 se dedicó a definir conjuntamente los bienes comunes azules a partir de las historias personales y las perspectivas (a veces, conflictivas) de los miembros de la red. Según Standing, la idea de bienes comunes azules trata de «reestablecer la imagen de los recursos naturales como algo que debemos compartir en lugar de privatizar». No se puede cuantificar, por ejemplo, cómo contribuye una playa pública al PIB de un país, pero es innegable el valor que tiene para sus usuarios. Por el contrario, alguien podría obtener unas ganancias enormes de la privatización del acceso a una playa, y el beneficio común de este recurso decrecería inevitablemente. Mientras que la perspectiva de la economía azul asegura que la propiedad implica responsabilidad, la filosofía de los bienes comunes azules deja atrás la idea de la propiedad para enfatizar el sentido de pertenencia a la naturaleza, un concepto que Michèle Mesmain, excoordinadora de la campaña Slow Fish, tomó prestado explícitamente de las culturas indígenas. Así pues, ¿cómo definimos la pesca sostenible dentro del contexto de los bienes comunes azules? Si consideramos los océanos como proveedores de alimento, solo podemos lograr que la pesca sea sostenible a través de la producción local y de las relaciones comunitarias. Las relaciones comunitarias evidencian el elemento de cohesión social existente en la narrativa de los bienes comunes azules, que prohíbe la competencia enfermiza por los recursos y fomenta las prácticas efectivas de cohesión social. Un ejemplo: los delegados de Slow Fish de Túnez compartieron su experiencia sobre crear un colectivo de pescadores en pequeña escala en 2011 junto con pescadores sicilianos: la Association Club Bleu Artisanal. La asociación fue creada para ganar estatus político ante los sindicatos y actores influyentes que no desean debatir sobre el precio de los desembarques de pescado, así como defender las técnicas de pesca tradicionales ante el cambio climático y las presiones económicas. En otras costas, los miembros marroquíes de Slow Fish Tigri están coordinando cooperativas de pesca y están tratando de establecer un fondo para asegurar a los pescadores de pequeña escala y abordar una preocupación práctica: los ingresos irregulares derivados de la actividad pesquera. Su asociación –Association de Gestion Intégrée de Ressources (AGIR)— es un claro ejemplo de lo que implica una perspectiva colectiva de los recursos pesqueros. De hecho, recolectando pequeñas contribuciones basadas en lo que cada pescador ha capturado, el fondo puede permitirse apoyar brevemente a aquellos que regresan con las manos vacías. El programa está atrayendo a muchos donantes en la región. Además, podría representar una alternativa financiera efectiva no solo al modelo predominante, individualizar las condiciones económicas, sino también a la concepción neoliberal y errónea del «Homo economicus», es decir, del ser humano motivado solo por el interés propio.

La vida no es una tragedia de los bienes comunes

El mismo concepto está en el corazón de la llamada «tragedia de los bienes comunes», una teoría (desafortunadamente) popular que se analizó en un reporte de Slow Fish en Terra Madre 2014 titulado «Towards a New Vision of Fisheries» («Hacia una nueva visión de la pesca»).[2] El escenario, descrito por Garrett Hardin, pone en evidencia cómo un comportamiento egoísta puede acabar con los recursos comunes debido a que fomenta la competencia, la consiguiente sobreexplotación y, en última instancia, el agotamiento de los recursos. El crecimiento azul resolvió el problema a través de la privatización de los recursos de uso común, por ejemplo, mediante cuotas de pesca. El modelo de los bienes comunes azules, pese a que también puede caer en manos de actores más preocupados por sus intereses individuales, también cree en la cooperación y, por lo tanto, promueve un modelo esencial de gobierno.

Se celebró un debate animado sobre la estructura que debe tener este gobierno y, como cualquier buena negociación, se llegó a un término medio entre un gobierno desde abajo y uno desde arriba. Los bienes comunes no pueden existir si no se imponen desde abajo. Beneficiarse de los bienes comunes supone compartir y participar. Este modelo no se basa en lo que es bueno para cada uno individualmente, sino sobre lo que es bueno para la comunidad de cada uno. Pero, a la vez, un recurso común necesita que alguien lo administre, ya sea de un modo representativo o directo. Curiosamente, los participantes en el debate rechazaron ampliamente la idea de administrar dichos recursos a través de un actor gubernamental. En teoría, el gobierno debería incluir, entre otros, representantes de las comunidades pesqueras. El consenso entre los participantes en este punto se debe a problemas de corrupción y mala representación, que deben ser solucionados. La filosofía de bienes comunes azules quiere inspirar la creación de comunidades de usuarios de recursos comunes que estén autogestionadas; sin embargo, la participación sana de los Estados y otras instituciones también podría beneficiar la estructura de gobierno al completo. No obstante, la red es consciente de una historia reciente en la que las instituciones han promovido a actores privados e influyentes en lugar de representar a un grupo más amplio. Diversos testimonios de Mauritania e Irlanda mencionaron, por ejemplo, los contratos de arrendamiento a flotas industriales chinas, la construcción de sistemas de energía eólica en áreas costeras y el cierre de hábitats naturales en parques naturales. A menudo no se tiene en cuenta el hecho de que todas estas cosas puedan ser perjudiciales para los recursos pesqueros y para las comunidades que dependen de ellos. Cada vez que un Estado inicia un proceso de privatización sin considerar adecuadamente las consecuencias, las comunidades de pescadores artesanales ven cómo les roban el mar y sienten que su propio gobierno es más bien un antagonista que su representante.

Mediante la narrativa de bienes comunes azules, la co-gestión podría reemplazar la privatización. La privatización es quizá la causa principal de la pesca ilegal y no regulada, ya que desplaza a comunidades pesqueras enteras y las fuerza a recurrir a prácticas de pesca ilegales. Por otro lado, la co-gestión, que se debatió con más profundidad durante el segundo día de reuniones en la Casa de los Pescadores, empodera tanto a los Estados como a las comunidades, ya que el gobierno puede confiar en la experiencia local para incentivar la gestión adecuada de los recursos, mientras que las comunidades pueden confiar en el Estado para la legitimidad política y jurídica.

La narrativa de los bienes comunes azules rechaza la definición polarizada de las partes interesadas en la pesca, pues no las contempla como meros productores o consumidores. Del mismo modo, Slow Fish reconoce también la complejidad de los sistemas de producción y consumo de alimentos, las consecuencias indirectas que estos sistemas pueden generar en las comunidades locales y las importantes relaciones que estos sistemas promueven alrededor de los tres pilares de desarrollo sostenible, así como con respecto a la equidad inter e intrageneracional.

Gobernanza

El segundo día, la red trató el tema de la gobernanza y de las formas posibles de cohesión y gestión que debería promover el modelo de los bienes comunes azules. Tal y como recalcó Mesmain, la cohesión casi nunca se logra como un objetivo por sí mismo: es «un elemento que siempre está implícito, pero que raramente está explícito». El debate giró en torno a las experiencias personales de los pescadores involucrados, y se enriqueció gracias a la presencia de invitados de la academia, de instituciones y de la propia red de Slow Food. Los delegados del grupo de expertos académicos IPES-Food compartieron su visión y su lucha para construir un discurso en torno a la Política Alimentaria Común en la Unión Europea. Sus estudios destacan las buenas prácticas y condenan las cadenas de suministro que se centran en la cantidad, algo que proporcionan a expensas tanto del medio ambiente como de la sociedad. En su informe, basado en un proyecto de investigación de tres años que involucró a más de 400 actores de la sociedad civil y de diversas instituciones, exigen un enfoque de gobernanza integrado, que sea capaz de unir aquello que las políticas intentan lograr con lo que los ciudadanos desearían conseguir, reconciliando de este modo los dos lados de la ecuación. Su experiencia estimuló un debate necesario sobre el valor de la cohesión y la integración en el diseño de estructuras de gobernanza que sean efectivas para los bienes comunes azules. De hecho, tal y como quedó demostrado durante la presentación de IPES-Food, estamos viviendo en una época positiva para la sostenibilidad: gracias a la fuerte voluntad de sostenibilidad que expresa la sociedad civil, la Unión Europea está ante un gran impulso político que puede iniciar el cambio en las políticas alimentarias actuales. Sin embargo, solo un cambio de gobernanza permitirá que se produzcan cambios en las políticas, y abordar el problema de la producción y el consumo alimentario sostenible puede devolver la legitimidad a unos dirigentes políticos que están profundamente divididos en cuestiones como la migración o la defensa. No obstante, las divisiones se deben enmendar incluso en el sistema de gobernanza alimentaria actual. Dichas divisiones se debatieron con elocuencia en el contexto del diseño de la agenda de los bienes comunes azules. Por ejemplo, sobre el problema del etiquetado y de las certificaciones, una perspectiva de bienes comunes azules debería trabajar para promover marcas sostenibles que sean efectivas, así como para identificar y prohibir etiquetas que compliquen el acceso al mercado de las comunidades pequeñas que ya están en desventaja. Los representantes de la organización MUCHO Colombia compartieron ejemplos positivos de su plataforma, una iniciativa que ha reunido con éxito a pequeños productores alimentarios con consumidores medios que están acostumbrados a todas las comodidades del mercado globalizado. Los productores con menos éxito suelen estar excluidos de los principales canales de reventa debido a problemas pragmáticos y muy sencillos, como la falta de infraestructura, que incluye las cadenas de frío que permiten que el pescado llegue al mercado. Este tipo de recursos están solo disponibles para los proveedores con ánimo de lucro, cuyo trabajo está orientado hacia las ciudades y habitualmente hacia los mercados ricos. Octavio Perlaza, un técnico de pesca colombiano especializado en las mejores prácticas de captura y postcaptura, afirmó: «Dependemos de la distribución

del mercado, así que ahora mismo pescamos para los ricos —y, por eso— nadie pesca para los pobres». 

Especialización o versatilidad: hay muchas especies de peces en el mar

Cuando comparamos los mercados que suministran pescado en las grandes ciudades con los que hay en las pequeñas comunidades de pescadores descubrimos diferencias sorprendentes, empezando por las especies de peces que se capturan y se venden. El mercado globalizado ha impuesto una cultura simplificada y altamente globalizada sobre el consumo de pescado que conduce a la sobreexplotación de las especies de pescado más comerciales, así como al empobrecimiento de las comunidades que interactúan más conscientemente con los ecosistemas marinos. Slow Food aboga firmemente por la diversidad alimentaria, y esto es especialmente evidente en el contexto de Slow Fish. El consumidor medio conoce tan solo cerca de cinco especies de pescado, pese a que se pescan más de 250 en todo el mundo. Los buenos pescaderos no tiran nada: tienen recetas en las que se hace un uso ingenioso de las especies olvidadas. Con el apoyo de la comunidad de Slow Food, algunos de ellos han abierto restaurantes en los que ofrecen estas especies. Su lucha es valiente e importante, pero no será suficiente a no ser que los consumidores medios cambien el modo en el que compran y consumen. Para abordar esta cuestión, los participantes de los debates que se celebraron en la Casa de los Pescadores hablaron sobre la figura de un «facilitador de pescado», una persona que se dedique a dar a conocer las especies olvidadas al público general. Esta persona se encargaría de poner de manifiesto cómo un mercado altamente especializado en la mercantilización del pescado no valora la diversidad y versatilidad del consumo alimentario, unos valores que están integrados en la perspectiva de bienes comunes azules. Si pensamos en el pescado como comida, en lugar de tratarlo simplemente como un bien con el que se comercia, es más fácil comprender que hay muchos peces en el mar y darse cuenta de que el consumo excesivo de unas pocas especies no solo es dañino para el ecosistema marino, sino

también una limitación irracional impuesta por el merca-

do. Jan and Barbara Geertsema-Rodenburg son pescadores holandeses que están promoviendo prácticas sostenibles en el Mar de Frisia con una cafetería que abrieron en la costa holandesa para vender y promover el pescado y otros productos locales. Además, ambos están implicados en la asociación de Pescadores tradicionales del Mar de Frisia, un Baluarte de Slow Food. Su trabajo diario consiste en ayudar a crear una narrativa nueva que esté alineada con los bienes comunes azules, un discurso en el que la especialización no se logra a costa de la diversidad, en el que  «la cantidad no está a la orden del día», y en el que el conocimiento de los artesanos de la alimentación y de las comunidades pesqueras de pequeña escala se comparte personalmente con cada consumidor.

Sin cultura, no hay bienes comunes azules

Slow Fish es una red diversa, cada miembro es un embajador de una tradición o conocimiento en particular de su comunidad. Estas personas son expertos prácticos en meteorología, geografía del hábitat, artesanía, etcétera. Los bienes comunes azules se construyen sobre este conocimiento y estas culturas: sin ellos no habría ningún bien común azul que pudiéramos proteger. Pero ¿cómo se puede lograr que los conocimientos tradicionales lleguen a un público más amplio? ¿Cómo se puede narrar? Estas son las preguntas que los miembros de la red presentes en la Casa de los Pescadores debatieron durante la tercera mañana de Slow Fish. En primer lugar, los participantes ofrecieron ejemplos prácticos sobre los tipos de conocimientos que se deben transmitir; luego la conversación se centró en los posibles medios de comunicación que podrían ayudar a difundir dichos conocimientos. Aportaron sus ideas realizadores de video, periodistas y académicos.

Un océano de conocimiento tradicional

La delegación de Turquía de Slow Fish explicó cómo, tan solo unas semanas antes de que se celebrara Slow Fish 2019, recibió la noticia de que el gobierno estaba expidiendo licencias para que grandes empresas industriales tomaran el control del Mar Mediterráneo bajo el modelo de la economía azul. Según su opinión, compartir su lucha diaria con los pescadores y otras personas puede crear un vínculo con el público general. Este vínculo se puede crear mediante exposiciones fotográficas, conferencias y otras iniciativas artísticas. Un discurso colectivo sobre los pescadores podría empoderar la pesca a pequeña escala de muchas maneras. En todo el mundo, por ejemplo, existe una preocupación por las especies marinas que están en peligro de extinción, como las tortugas; sin embargo, la difícil situación de los pescadores es muy desconocida. Según Skandrine,  «los pescadores artesanos son los guardianes del mar, pero con demasiada frecuencia están aislados», y esto tiene que cambiar.

Miriam Montero, la secretaria de la Fundación Lonxanet para la Pesca Sostenible de Galicia, sosegó el debate con un ejemplo positivo basado en su propia experiencia: en Galicia, las instituciones locales utilizaron el gran conocimiento tradicional de los pescadores artesanales (que son muy conscientes de las especies y hábitats presentes en sus zonas de pesca) y diseñaron un santuario para algunas de las especies que están en peligro de extinción en la zona. De este modo, los pescadores no solo fueron incluidos en la reserva marina, sino que se convirtieron en los diseñadores de dicho espacio. En un proyecto conjunto, científicos, estudiantes universitarios y pescadores trabajaron juntos para crear una cartografía extremadamente detallada del hábitat en cuestión.

También escuchamos la historia de Cornelia Nauen, bióloga marina y presidenta de Mundis Maris, una organización que se preocupa por la diversidad biológica y cultural, difunde información científica y conocimientos indígenas relevantes y que alienta la expresión artística sobre el mar para promover su recuperación. Recientemente, Mundus Maris ha iniciado una academia para la pesca en pequeña escala en Senegal, con el fin de recopilar el inmenso saber tradicional local y tratar de conectarlo con el conocimiento científico. Por ejemplo, las mujeres de las comunidades de pescadores de Senegal que manejan y limpian la captura, tienen un conocimiento complejo sobre los estadios de fertilidad de los peces, aspectos que aún resultan poco claros para la biología. De hecho, son capaces de determinar el estado de desarrollo de un pescado tan solo mediante el tacto; la evaluación científica equivalente es muy costosa.

El conocimiento indígena no solo es valioso a nivel cultural, sino también a nivel económico. Este valor ha sido reconocido internacionalmente por organizaciones como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a través de publicaciones y talleres sobre el conocimiento indígena del mundo natural4. Este conocimiento suele estar protegido como patrimonio cultural inmaterial. El enfoque de los bienes comunes azules, sin embargo, va más allá, pues enfatiza la necesidad de utilizar activamente y recuperar las habilidades tradicionales y el conocimiento práctico y combinarlo con las prácticas de pesca dominantes en la actualidad. Por supuesto, el conocimiento científico también tiene un papel importante, y podría mejorar las condiciones laborales y de vida de las comunidades de pequeña escala que suelen estar aisladas de los avances tecnológicos. Esta realidad, apodada por el Doctor Abdol Majid Cheraghali con el provocativo nombre de «apartheid científico»5, es realmente evidente en las historias que compartieron los delegados colombianos presentes en el encuentro de Slow Fish. Una de las luchas más urgentes de dichos delegados es establecer y mantener una cadena de frío para la captura, que vaya desde las embarcaciones hasta los consumidores. Los desarrollos tecnológicos apropiados suelen ser demasiado caros para que los afronte un pescador común, y mucho más si este pierde parte de la pesca: ahora mismo solo el 30 % llega a los mercados más cercanos. Muchas ONG han hecho donaciones para arreglar este problema, pero las inversiones se deben gestionar a nivel comunitario y con respeto por la dignidad de los pescadores. La asociación MUCHO Colombia, junto con las comunidades interesadas y mediante la infraestructura necesaria, ha desarrollado una forma de microcrédito que puede financiar nuevas tecnologías en áreas remotas del país.


[1] WCED, Ibidem, 1987.

[2]  Ranicki, «Slow Fish: Towards a New Vision of Fisheries», Carla Ranicki, noviembre de 2014.